Por Manuel Aguirre Lavarrere
(Mackandal)
A Guillermo Solórzano Quiñones se le cayó la casa. No fue un mal tiempo ni un huracán lo que provocó el colapso de la vivienda. El deterioro progresivo por tantos años de penurias y limitadas posibilidades para arreglarla incitó su total derrumbe. Guillermo tocó las puertas de los encargados de resolver su situación y ninguno le dio el frente.
Era un habitáculo de apenas cuatro metros y se quedó en la calle, pues nunca los encargados de vivienda del municipio Bauta pudieron cumplir con ofertarle el material que necesitaba para levantarla y seguir quieto en su rincón, yendo a las asambleas de su religión y viviendo como siempre ha vivido, honradamente.
Fue una hermana de su fe religiosa la que le tendió la mano. Estaba enferma y se vio en la necesidad de acogerse a un asilo de ancianos pero con la ilusión de volver. Entonces le dijo a Guillermo que la ocupara hasta que ella pudiera regresar, algo que nunca ocurrió, pues murió en el asilo unos meses después y Guillermo continúo viviendo el habitáculo con la esperanza de verla algún día como bien reza la doctrina de los testigos de Jehová, a la que ambos pertenecían.
Después de permanecer por algo más de once años habitando la casa, o para precisar las cosas, en su cuarto de apenas unos cuatro metros, pues anteriormente había sido dividido para dar cobijo a otra familia.
Pero Guillermo se sentía bien en aquella estrechez. Nunca aspiró a más y lo satisfacía el hecho de saber que al menos no tenía que dormir en la calle ni se sintió molesto al ver que en unos meses, en el lugar que había sido su vivienda, se levantaba ahora una fortalecida mansión gracias al poder económico de su primo que prometió ayudarlo y nunca lo hizo.
Después de once años de vivir aquella casa, las autoridades se le aparecieron un día. Fue una visita relámpago. Pero no para resolverle su caso; sino para comunicarle que necesitaban el habitáculo para dárselo a la vecina de al lado, pues según le comunicaron, hay una ley disponible que consiste en cuando se vive en habitaciones de usufructo gratuito, es decir en ciudadelas o cuarterías como es el caso de él y la persona de al lado se ausenta definitivamente o muere, esa parte se le agrega a la del lado con el objetivo de ir disminuyendo las cuarterías.
Guillermo no sabe nada de leyes y no consiguió a nadie que lo orientara en ese caso y tuvo que desalojarse y volver de donde había sido recogido por esa hermana de religión: La calle. Y en la calle permanece hasta hoy. Ahora con sesenta y cuatro años a cuesta, sin trabajo y sin jubilación, viviendo más de la caridad pública que de algún que otro trabajo que pueda realizar como chapear un patio o hacer algún que otro mandado a domicilio, y sin esperanza de resolver su caso, sin que hasta hoy ningún funcionario de la localidad lo haya llamado ni siquiera para saludarlo.
jueves, 9 de junio de 2011
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