martes, 4 de noviembre de 2014

José Martí y su proyecto de nación,

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Manuel Aguirre Labarrere
(Mackandal)
Lo negro no es una categoría que pueda pensarse estática, homogénea, en tiempo lineal. Nuestras dolorosas historias como afrodescendientes han estado englobadas dentro de procesos complejos de poder y exclusión. En un juego de differance. Constantemente desestabilizadas por los que excluyen
Alberto Abreu
Si bien el modelo que diseñó Martí para Cuba no se adscribe al de los Estados Unidos, no es menos cierto que fue en este país donde tuvo la oportunidad de beber gran parte de su saber político.
Martí admiró con entusiasmo la Constitución del país norteño, que daba muestras de verdadera democracia en cuanto a los derechos del ser humano.
Sus experiencias en México, Guatemala y Venezuela lo obligaron a abandonar estos países y a tener una mejor visión de lo negativo que serían para Cuba modelos tan contradictorios y aislados de los verdaderos conceptos de patria y humanidad.
Lo fundamental en Martí es su concepto de la inclusión social y un sentido de pertenencia que abarcara a todos los estratos sociales de la nación, sin caer en caciquismos políticos y mucho menos en el totalitarismo y la politiquería, lo que para desgracia de los cubanos ha sucedido desde que el castrismo le echó manos a los destinos de la patria.
Los cubanos se han quedado sin un proyecto de nación justo y equitativo aunque el régimen trate mediante sus inagotables mecanismos de propaganda de hacer creer al mundo lo contrario.
Para Cuba, el único modelo asequible sería retomar ese que soñó Martí.
Hasta que ese proyecto no sea puesto en la práctica no se sabrá si es o no viable. El del Apóstol jamás ha sido tenido en cuenta para los destinos políticos y sociales de la nación. En ningún momento, bajo ninguno de los gobiernos que ha tenido Cuba.
Tanto en su letra como en el espíritu de sus conceptos, el proyecto de nación martiano sería “con todos y para el bien de todos”, como dijo en el discurso pronunciado en el Liceo de Tampa, el 26 de noviembre de 1891, ante una concurrencia de emigrados cubanos.
Clamaba Martí entonces por lo que los cubanos no hemos conseguido a cabalidad para poner fin al abuso y las restricciones políticas que el castrismo impone a la población cubana.
Martí buscaba la unidad de todos los cubanos, negros y blancos, en aras de la democracia y su fórmula del amor triunfante. Y advertía de no coger a la patria para fines personales o de intereses creados.
Decía: “De altar se ha de tomar a Cuba para ofrendarle nuestra vida, y no de pedestal para levantarnos sobre ella.”
Martí quería “una Patria con todos y para el bien de todos”; no para el bien de algunos.
Para Cuba actualidad: mal26755@gmail.com

Los males heredados y su continuida


Manuel Aguirre Labarrere
                   (Mackandal)
 No ha faltado una Constitución en Cuba que no haya echo alusión al problema discriminatorio en Cuba, todo lo cual demuestra una preocupación en aras de alcanzar una igualdad que no esté signada por las diferencias. Pero sin embargo, todo proyecto que se ha propuesto zanjar esta problemática, se ha visto mutilado por disímiles causas, tanto políticas como sociales.
La discriminación racial es un fenómeno que se ha arrastrado en Cuba hasta los tiempos actuales. No hace honor al anhelo martiano de una patria “con todos y para el bien de todos”, ni a su concepto plural de la igualdad, en aras de alcanzar, como el mismo dijera en carta a su fiel amigo Juan Gualberto Gómez, “toda la justicia”.
La revolución castrista heredó males y prejuicios que trató de resolver a conveniencia de sus políticas y en detrimento de la verdadera voluntad ciudadana.
Así, se anuló la Constitución de 1940, con la cual debía regirse la nación. Vino aquello de “¿elecciones para qué?”, y se vivió de espaldas a todo proyecto de Carta Magna y a expensas de los deseos de Fidel Castro.
La persistencia del racismo en Cuba es fruto también de estas amañadas decisiones, que colapsaron toda esperanza de una patria diferente, apegada a la idiosincrasia del cubano y a sus conceptos de lo nacional.
Ya no se le podía echar la culpa del fracaso integracionista cubano a los Estados Unidos, pero la cantaleta se amplificó hasta nuestros días. Involucran ahora a los antirracistas independientes, tildándolos de “mercenarios” y construyendo fábulas de riñas entre grupos luchadores contra el racismo y la discriminación. Toda una falacia para calar en el subconsciente de la ciudadanía, siempre con propósitos malsanos y cobardes.
Los desequilibrios sociales internos de la sociedad cubana a partir de la revolución castrista, sus modos de contención y la nula transparencia de los señalamientos de las causas de los errores, ayudaron a no visualizar el racismo existente.
En el año 2007, cifras oficiales indicaban que el mayor por ciento de presos en Cuba, eran blancos. Pero sin embargo, los negros y mulatos llevaban el mayor peso condenatorio por delitos iguales o similares a los cometidos por blancos, lo que demuestra que el racismo contra este grupo étnico, está ejercido tanto por las esferas particulares como en aquellas oficiales.
En los tribunales, negros y mulatos son juzgados en su gran mayoría por jueces y fiscales blancos. Muchos de ellos están educados bajo una  tradición racista y segregacionista que comienza en el hogar y tiene reafirmaciones en las aulas, donde muchos maestros prejuiciosos no valorizan igual a los alumnos, porque en sus genes sigue como premisa la diferenciación por el color de la piel.
El papel del Estado sigue los mismos patrones tradicionales que se acomodan de forma palpable en la implementación de medidas y la elección de miembros en las políticas públicas. Todo esto contribuye al deterioro psíquico del hombre negro, a quien el bienestar le resulta inalcanzable.
En Cuba, el racismo cuenta con la anuencia del Estado, que es su emisor fundamental.

Para Cuba actualidad: mal26755@gmail.com