jueves, 21 de julio de 2011

Racismo y pobreza en el panorama social cubano.

Manuel Aguirre Lavarrere
(Mackandal)
En Cuba se habla mucho de inclusión ciudadana y de oportunidades. Nada difícil resulta ver muchas veces por la televisión a especialistas hablando de los planes que se llevan a cabo a fin de hacer viable este propósito que cada día se distancia más de la realidad y del día a día que padece el cubano de a pie.
Nunca es tarde si realmente existiera una conciencia de inclusión ciudadana, donde, como dicen los medios y políticos, todos tenemos derecho. He aquí la parte que no se concreta, la que siempre tiene un pero atravesado y una coletilla partidista y política.
En Cuba es un hecho que los negros y mestizos viven en permanente exclusión en muchos factores de la vida laboral y constituyen el sector poblacional más empobrecido, llegando a un cálculo por debajo del nivel de pobreza principalmente en las provincias de Pinar del Río y la zona oriental del país.
No es mentira ni nada inventado. Cualquier ciudadano comprobará la afirmación de este artículo con solo llegar a Oriente, donde en cualquiera de sus vericuetos aflora una población mayoritaria negra y maximizada en la pobreza y la falta de oportunidades. Pinar del Rio constituye el otro eslabón, que gracias a la ayuda de Venezuela y tras los ciclones que sufrió, se construyeron algunas casas solidarias, pero donde los negros fueron los menos favorecidos con la repartición de las mismas, teniendo incluso mayores afectaciones por los fenómenos naturales que azotaron a la provincia que agudizaron la miseria en este segmento poblacional pinareño.
Nuestra televisión se cuida mucho de mostrar la realidad del país, pero a veces se le escapan algunas imágenes que constituyen por sí misma el colofón de un país sumido en la pobreza y la falta de incentivo, acompañado de un inmovilismo político como jamás ha vivido Cuba en sus años como república, supuestamente liberada.

jueves, 14 de julio de 2011

De los miedos concéntricos.

Manuel Aguirre Lavarrere
(Mackandal)
De las revoluciones que en el mundo han sido, ninguna ha proliferado a favor de las clases desfavorecidas a pesar que han sido por ellas las causas que han llevado a tales contiendas. En América Latina, incluyendo la de Bolívar[1], que dicho sea de paso tuvo una hija mestiza con una esclava a la que reconoció siete años después, han sido todo un fracaso social y un alto precio político para los pueblos de la América de José Martí.
Lo cierto es que la que más cerca estuvo de bombear los tan ansiados beneficios para el pueblo, fue la cubana. Y digo fue, usando el vocablo en pasado porque realmente pasado es la oportunidad que tuvo la revolución para llevar a cabo una autentica y democrática reforma social en la Isla.
Con todo a su favor y un alto grado de simpatizantes en el mundo, pues era la primera en enfrentarse a cara descubierta a la potencia más temida y envidiada del mundo por su desarrollo y sus ganas de crecer, trajo a fin de cuentas el marginalismo e impulsó una discriminación política y racial que deja sin parangón a los otros anteriores gobiernos que ha tenido la nación cubana, a pesar de reconocerse sus avances en materia de salud y educación, y esto para llevarlos bien, donde ninguno de los anteriores avanzó tanto como la llevada a cabo por los gestores de la contienda bélica de 1959.
Pero, ¿dónde quedan los derechos humanos?
En un pueblo cuya cultura totalitaria le inculcó el odio al otro, incluso dentro de las mismas familias por conceptos de disparidad política, donde el rompimiento familiar se cuenta por millones, visible en el éxodo de cubanos que abandonan el país, y donde no pocas madres se convierten en uno y trino para poder ver a sus hijos, dispersos muchas veces en más de un país, ¿dónde quedan los derechos humanos­?
Pero aquí no queda el fenómeno de desarraigo patrio. El insilio abarca a buena parte de la población mayoritariamente negra y mestiza, que ha decidido colgar los guantes y no hacerle más el juego a la dictadura. Esta población ha perdido la esperanza y las ganas de vivir son pura quimera en la gran mayoría de los jóvenes de esta raza, donde el presente no les brinda otra cosa que vagancia y jineterismo[2] masculino, con un futuro de obediencia y encarcelamiento. Ahí están las antiguas escuelas en el campo convertidas en prisiones. Aumenta la represión y la resistencia a no dejarse reprimir por un régimen que no admite libertad ciudadana ni política.
Hay una cultura del miedo y un recogimiento a la verdad. Hay un miedo que fluye y una voluntad que lucha por imponer sus verdades, aunque la hora y el ahora del infeccioso polo oficialista, demoren algo más que lo previsto.

[1] En 1829, en la hacienda Mulaló, cerca de Cali, Bolívar reconoce y bautiza a su hija mulata de siete años de edad, María Josefa, fruto de sus amores con la esclava Ana Cleofé Cuero, con la que mantuvo relaciones amorosas en 1821.
[2] Nombre que se le da a los que se dedican a ejercer la prostitución, ya sea femenina o masculina. En Cuba, debido a la falta de oportunidades reales para la población negra y mestiza, existe un por ciento considerable de jóvenes dedicados a ejercer esta práctica.

martes, 5 de julio de 2011

Por una Cuba cubana.

Manuel Aguirre Lavarrere
(Mackandal)
Aceptar como realidad el hecho de que la revolución heredó prácticas de exclusión fundamentalmente racistas y económicas, no justifica el reordenamiento del actual racismo que vive y sufre la población más marginada del engranaje social cubano, que son sin duda, los negros y mestizos. Ahora no se vive un racismo de linchamiento físico. Lo que está mayoritariamente en boga es el racismo de linchamiento psíquico. Es el llamado racismo de patria o muerte en el actual modelo socialista cubano.
Las políticas que tratan de analizar y combatir esta enfermedad sociopolítica no lo hacen con capacidad de miras y mucho menos con voluntad política. La voluntad en este caso parte de un segmento de la sociedad civil cubana, donde blancos y negros, alejados de los estertores del poder, tratan de hacer conciencia y llamar la atención sobre uno de los peores daño que padece la nación.
El poder exige fidelidad y agradecimiento como si tales términos fueran una obligación y no un derecho que se gana con transparencia y equidad política. El racismo, tanto como el sexismo y la homofobia son enfermedades políticas descargadas con mea culpa a la sociedad toda.
Los males que hereda la sociedad cubana, son por defecto, males de un poder político y económico en efervescente y putrefacta destrucción, y se reorganizan, como mecanismos de sobrevivencia los que más daño hacen a la sociedad, que son, en el caso de la Cuba actual, un ensayo de apartheid político y económico, donde el negro es forzado a aceptar un paternalismo que lo aniquila, como ser humano, psíquica y mentalmente.
No se debe confundir la leche con la magnesia. Cuando del bienestar y la estabilidad de la nación se trata, hay que tener en cuenta a toda su gente. Igualdad de derechos no conllevan precisamente a la igualdad de oportunidades, y eso es lo que más le falta al negro en Cuba. Raza que no llegó por voluntad propia pero que sí ha hecho aportes fundacionales para el cuajo definitivo de la nación cubana.
Una Cuba verdaderamente cubana, que cumpla con los anhelos históricos de la equidad ciudadana, no lo será nunca si en ella no se alista, irremediablemente, quiérase o no, a los que hoy constituyen el 62% de la población, que son los negros y mulatos.