miércoles, 27 de mayo de 2009

DEL COLOR DE LA PIEL, MANUEL AGUIRRE LAVARRERE (MACKANDAL)

































... si nosotros ponemos al estado sobre la familia en la Constitución, y sobre la cultura, y si ponemos en sus manos la economía, y en igual caso la política al servicio también del estado, nosotros habremos hecho un estado totalitario
Orestes Ferrara
Intervención en la Constituyente cubana de 1940.


Cuando Carlos Marx calificó a la religión de opio para los pueblos, muy lejos estaba de pensar de que un día la ideología creada por él sería el crack para los derechos civiles y la propia integración del negro en el entramado étnico de la sociedad. Lo patentiza Cuba, que al diluirlo en masa significó un retroceso considerable y abusivo en cuanto mancuerna la libertad de expresión y lo priva de un espacio vital para su propia identidad personal y social, algo que había alcanzado en las sociedades para la gente de color en Cuba y que muy bien supo llevar quien fuera uno de sus principales artífices como lo fuera el abogado y compañero de aula en la universidad del señor Fidel Castro. Lo que no quiere decir que el paso en este sentido fue erróneo. Erróneos fueron los medios en este sentido para la justificación de unos fines ya preconcebidos y que dieron al traste con aquella libertad ciudadana de la que desde hacia varios años, aun con la miseria en sus entrañas, ya gozaba el afro descendiente en Cuba.












Los afroamericanos (y vale por su peso la comparación en cuanto hemos tenido la costumbre de estarnos comparando con otros países siempre con fines ventajistas), están diluidos en masa y mantienen ese espacio independiente que los ayuda, por cuanto minoría poblacional, que no es el caso cubano[i], a alcanzar un reconocimiento y mantener una voz al margen del oficialismo. Resultados y un sostenible desarrollo intelectual cultural y en otras esferas del saber humano los hacen seres dignos y con un decoro a prueba de bala, gracias a ese espacio que los hace hombres plenos.
Un país como Cuba, decía el constituyente y senador por el partido comunista Salvador García Agüero, “no puede tener un problema de razas, porque para que exista…es preciso que haya un núcleo efectivo y considerable de raza pura…y esto está probado por los antropólogos de nuestra generación”“. Y más adelante señala Pero lo cierto es que en Cuba existe un problema de color… Es el color lo que diferencia aquí a los hombres…, es por motivo de una coloración más o menos oscura por lo que se… prejuzga contra determinados núcleos de la población”.
Estas palabras de García Agüero, con tanta vigencia hoy como en el momento que fueron pronunciadas dan al traste con una verdad imbatible desde todos los puntos de vista en cuanto a la población afrodescendiente en Cuba. La experiencia en cuanto a este flagelo me lleva a recordar cuando junto a un amigo, ya terminado el duodécimo grado en clases nocturnas, nos presentamos para matricular en la carrera de historia del arte. La pregunta de rigor fue de quien éramos hijos, y claro, hijos de alguien somos, pero no del que debíamos ser, es decir, hijos de papá. En una carrera tan codiciada donde podía llegar desde especialista en un museo hasta diplomático como agregado cultural en cualquier embajada de Cuba en el mundo, un negro entre una pléyade de estudiantes blancos era como caer una mosca en el jarro de leche, para lo cual habían dos opciones, botarla o tomarla con repugnancia. Y optaron por la primera opción.
De ahí mi rechazo a la escuela y a todo lo que oliera a superación en entidades del gobierno. De ahí mi atraso académico donde solo de unos años a esta parte he podido superar ese error personal y de una u otra forma llegar a tener una tenue preparación autodidacta y algún que otro diploma en cursos de preparación profesional.
Comprendí más tarde que aquel rechazo no era debido a mi raza, sino a la pigmentación negra de mi piel, con la cual, para vivir más o menos feliz en Cuba, tienes que ser policía o deportista de alto rendimiento, de lo contrario es el miedo y el odio al negro, de ahí la vejación y el rechazo al negro, de ahí las diferencias entre el ser más claro y más oscuro, de ahí todo lo que ha sufrido y sufre el negro en Cuba. Por el color es el recluso negro quien lleva la peor parte en las prisiones y al que fusilan con mayor prontitud, aun cuando el delito no pase de la amenaza ( recuérdese a los tres jóvenes negros fusilados en el año 2003 por secuestrar una embarcación con fines de salida ilegal del país, y recuérdese a los blancos que por esa misma fecha asaltaron otras embarcaciones y una nave de aviación con amenazas de bombas, donde los últimos alcanzaron el paraíso y los primeros la tumba por fusilamiento, y donde hasta los pedidos de piedad del Papa Juan Pablo Segundo se hicieron tierra ante la crueldad y el desamor). Pero cuando bajo el so pretexto de sociedad igualitario sin distingo de raza ni color de piel se yerguen los arquitectos de la cultura de la muerte, demuestra, fehacientemente, que cuando se combina la soberbia con el poder, no cabe otro resultado que la brutalidad. Y ello desmorona los sueños, las esperanzas y las aspiraciones de una raza y un color de piel en su empeño de ser incluido visiblemente en la sociedad como hombres y mujeres de provecho, algo que en sociedades cerradas y unipartidistas, el abuso es total como el totalitarismo que encierra el sistema mismo.

[i] Se tiene por sabido que más del 60% de la población cubana es negra o mestiza.


































































































































miércoles, 6 de mayo de 2009

LA MENOR IMPORTANCIA

POR: MANUEL AGUIRRE LAVARRERE
(MACKANDAL)
e-mail: makandalmm@yahoo.com

Consejo, examen tranquilo, indicación desapasionada:
todo esto, y no odio, debe constituir la oposición.
José Martí
Eso de llorar frente al mar parece ser inventado para los cubanos, que a lo largo de la Isla lloran mirando al horizonte como la única solución posible de sus necesidades. ¿Emigrar o no emigrar? He aquí el dilema de más de la mitad de once millones de seres humanos que deambulan autómatas tratando de sobrevivir un día más.
Confieso que nací y crecí oyendo hablar de raíces, de familia, de historia, de compatriotas, de solidaridad y hermandad, de héroes y antirracismo y de miles de ideales que sirvieron de magníficos puntales para mi y mis hermanos. Puntales que hoy, a cincuenta años de una revolución que proclamaba esto y otras consignas de adoctrinamiento todos estos puntales han colapsado de forma estrepitosa en casi toda la población cubana, esa que jura socialismo o muerte y deja para si una reserva mental que es la realidad de lo que sienten y piensan y por miedo no se expresa. El primero fue cuando descubrí que eso de que todos los hombres somos iguales independientemente del color de la piel, es pura utopía.
Para mi fue siempre un sueño tocar los tambores de la banda rítmica de mi escuela primaria. Tenía condiciones para eso. Pero llegado el día de la selección de los que integrarían la banda me percaté de que todos eran blancos. Lloré, tenía nueve años. Mi madre se puso triste y me dijo: ¡eso es racismo!
A partir de entonces supe que ser negro es el primero de los males que puede tocarle a un ser humano nacido en Cuba.
Por estos días la herida ha vuelto abrirse. Debates, polémicas, criticas han salido al posnorma nacional cubano como advirtiendo que algo no anda bien en la sociedad cubana. Pero como todo lo que se deja se queda, el debate sobre la raza y el racismo en Cuba, es sólo eso: un debate, cuya trascendencia jamás la veremos llegar.
Haber olvidado un tema sobre la raza y el color en Cuba es quizá la principal causa del racismo de este minuto. Pretender que sólo existe una raza es negar la historia de cada una de ellas. Y en Cuba, de manera muy particular es negar la dolorosa realidad de más del sesenta por ciento de su población, que ante la máscara de una sola raza han sido los marginados históricos.
Ser negro en Cuba significa ser la lacra, quedar para un puesto de trabajo que raramente haría un blanco en igualdad de condiciones. El negro queda relegado para ser secretario del partido de un núcleo, raramente de un municipio, un cargo como ese pocos lo querrán en los tiempos que corren y fácilmente debe darse como tarea del partido único. Otro trabajo, al que siempre el negro podrá aspirar en Cuba es al de policía, la enfermería y gastronomito en bares de mala muerte y la prostitución. El acceso a la gerencia de algún Oro negro, tiendas Cubalse, TRD, Cadeca, etc. es mentalmente impensable y prácticamente imposible, al estar reservadas para familiares de militares de raza blanca y dirigentes del partido.
Conozco a una joven negra, económica, auditora, contadora y mujer de excelentes modales, que supo, de buena tinta, que en la selección para trabajar en la TRD de su municipio, su nombre no figuraba por no tener buena presencia. La mala presencia no era otra que el color negro de su piel. Ella, no obstante, siguió siendo económica, contadora, auditora, fina, a lo que se le unió preparar a las trabajadoras de esta tienda, que por supuesto, todas de buena presencia.
En un país eminentemente mestizo, desde finales del siglo XVII, la piel blanca siempre ha sido la protagonista en cuanto a oportunidades y saqueo del derecho ciudadano, atropellos que hasta hoy se vienen denunciando contra los negros en Cuba.
Tengo un amigo que para demostrar todos estos prejuicios respecto al tema, hace el mismo cuento: Esta en un hotel porque era “vanguardia nacional”. Un día, en el elevador, una señora mayor apretó su bolso bajo el brazo para que él no se lo robara. ¡No sabía la señora que aquel negro era “vanguardia nacional” por tres veces consecutivas, que el robo jamás seria para un hombre como él, y que a ella misma, la primera vez que estuvo en ese hotel él le devolvió una cartera con una suma considerable de dinero.
Rabel Duarte y Elsa Santos recogen un testimonio de boca de una gerente de turismo sobre un estudio sobre el racismo en Santiago de Cuba. Mujer blanca, de 45 años, dice: Sí, es cierto, en la esfera del turismo hay muchos prejuicios raciales. Desde hace un año, aproximadamente, yo trabajo allí y sé que hay mucho racismo. En mi corporación, por ejemplo, de un total de 500 obreros apenas hay cinco negros…No existe una política expresa que plantee que hay que ser blanco para trabajar en turismo, pero sí está establecido que hay que tener un porte y un aspecto agradable, y los negros no lo tienen…En la tienda de modas más elegante de la ciudad, La Maisson, todos los trabajadores son blancos, y de las 14 modelos que participan en el desfile de modas una sola es mulata. En turismo son tan raras las mujeres negras, que cuando aparece alguna, la gente siempre comenta que debe estarse acostando con un jefe importante. Los pocos negros que hay realizan siempre labores duras, como camioneros o en los grandes almacenes cargando mercancías; pero nunca teniendo que ver directamente con los turistas, ni siquiera hay negros en labores de limpieza. Todo el personal que trabaja para el turismo es blanco. Conozco una negra fea que me contó su experiencia cuando quiso entrar a trabajar en turismo. Ella es licenciada en Economía, y especialista en Computación; habla ingles, francés y alemán. Se presento al a entrevista muy bien vestida, aunque ella misma me confeso que todo era prestado. Pues, bien, fue algo muy desagradable, porque en definitiva no la aceptaron, pero tampoco le dieron un motivo especifico…la persona que la entrevistó no sabía como conducir la situación, porque no podía decirle “no te aceptamos por negra”…Yo pienso que debía haberse tenido en cuenta sus conocimientos; en definitiva, en turismo trabajan algunas blancas que también son feas, aunque sean blancas. Hace unos días, un representante de una corporación de turismo dijo en público que él no quiere negros en su corporación, porque “el negro nunca terminan lo que empiezan”[1]
El odio hacia el negro vive en la mayoría de los cubanos blancos independientemente de su proyección humana. Ello no quiere decir que todos los blancos son racistas. Las conozco de sincero respeto hacia la raza negra, personas que comparten su merienda, un lado en el banco del parque, un cigarro, una taza de café, ante otros que no se toman ni por decoro el trabajo de recoger a un negro sudado por el sol del camino (aunque el carro sea de propiedad estatal) no debe sentirse el más mínimo remordimiento ni llamarlos racista. Basta con mirarlos simplemente como algo que no tiene la menor importancia.

[1] Rafael Duarte y Elsa Santos, El fantasma de la esclavitud, pp. 126-27.