miércoles, 21 de enero de 2009

EL CONCEPTO RACIAL DE BELLEZA
POR: JUAN RENÉ BETANCOOURT
TEMA # 7

El concepto desinteresado de la belleza, aplicable a la que encontramos en una flor, en el paisaje o en una inspirada melodía, no es precisamente el que utilizamos cuando se trata de seres humanos. L a armonía física producirá placer al hombre sin distingo de raza o de cultura, libre de toda influencia ambiental o consuetudinaria.
Este placer tiene la peculiaridad de no ser reciproco y menos personal, por lo que jamás despierta el sentimientote 3xclusividad, sino que al contrario, entraña, como cosa esencial e inseparable el placer de ver a los demás gozar del bien principal. De ahí la calificación de amor desinteresado a la belleza, por ser un amor al que no le estorban los otros amantes, que no exige ser correspondido, y sobre todo que no culmina ni puede culminar en una realidad tan material como la cópula sexual.
No sucede igual cuando de la belleza humana se trata. Ahora la apreciación va a estar influida notablemente por la costumbre y por el medio ambiente, además de ser interesada, pasional y por lo mismo pasionista y parcial.
No se ha dado jamás un caso de que los hombres de un pueblo o raza repudien en masa a sus mujeres por motivo de su fealdad, lo que demuestra que en todas partes y épocas, varones y hembras se han encontrado bellos recíprocamente.

La razón de esto la encontramos en la enorme influencia que para modelar nuestros gustos y nuestros sentimientos tienen las cosas y las acciones que estamos viendo desde que tuvimos uso de razón, las cosas que siempre hemos visto, o sea eso a que llamamos costumbre. El instinto sexual es condicionado por ella y a su vez rige y condiciona la sensibilidad estética que puede así aflorar en expresión artística y hasta religiosa.

El concepto de la belleza racial lo forman dos sub-factores: la Costumbre y la Propaganda. Para darnos aún mejor cuenta de la fragilidad de nuestras preferencias sexuales, busquemos la fotografía de una belleza celebre hace cincuenta años, y veremos que nos resultará rara, ridícula pudiéramos decir.¿ Qué es lo que ha sucedido? Simplemente que la cambiante moda,
Que esa celebridad “está pasada de moda”. En un pueblo como el nuestro, formado por una raza que fue la esclavista y por otra que fue la esclava, por una que posee todos los bienes y por otra que posee todas las miserias, es natural que predomine el tipo de belleza de la clase dominante.

El vencedor se cree siempre superior al vencido y una de las cosas que primero hace es proclamarse así mismo más bello, para lo cual cuenta con la fuerza, pudiendo así manejar
A su antojo todos los resortes de la propaganda, (el verso, la escultura, la música, los modelos, etc.) añadiéndole a todo esto la influencia que ejerce sobre la psicología de las gentes el hecho de tener en sus manos todos los bienes materiales de la vida, cristalizable en sensación de distinción, de refinamiento y hasta de honorabilidad. El transcurso del tiempo convierte los efectos de la propaganda en costumbre, mezclándose entonces con el lenguaje y solidificándose como una verdadera institución.

Todo el mundo está convencido de que el negro es feo y que el blanco es bello, que todo lo del primero: (pelo, color, facciones, procedencia, etc.) es de inferior calidad y avergonzante, mientras todo lo del segundo es superior y dignificante. De tan imperiosa forma gravita esto sobre las conciencias, que los negros mismos piensan así, y como a los demás, les parece cosa “lógica” y natural de ser ellos los feos y que los otros sean bellos. Los dichos prejuiciosos que pudiera pensarse que los ofendería, tales como más “adelantado” y más “ atrasado”, “ pelo bueno,” y “pelo malo”, etc., los usan con sorprendente naturalidad, y cuando se pelean entre sí se valen de los mismos términos racistas que pudiera utilizar el má furibundo antinegrista para ofender o herir al negro.

El tipo blanco de belleza predomina de tal manera en Cuba, que aún los mismos negros lo usan como termino de comparación, y así se encuentran entre ellos más bellos o menos bellos según se acerquen o se alejen de prototipo blanco con el que inconscientemente se comparan. De aquí es fuerza llegar a la amarga conclusión de que los negros no sólo desean sexualmente a los ejemplares de la clase dominante por puro complejo de inferioridad, sino que también en la realidad de sus conciencias los encuentran más bellos. Y ya esto resulta terriblemente trágico para toda la raza, pues si se trata del varón negro, le será, en las circunstancias actuales, sumamente difícil conquistar a la hembra blanca, lo cual sólo podrá lograr por singularísima excepción. La razón de esto está en que la hembra de cualquier raza, y hasta de cualquier especie, busca en el macho siempre fortaleza, el poder, y no caben dudas de que el de la raza vencedora lo es mucho más que el de la vencida. En otro momento del a historia humana se buscaba el vigor físico o musculoso: el que mejor manejaba la lanza, el guerrero más audaz, etc., pero en los tiempos ue corren las hembras satisfacen esa apetencia tan femenina como sexual en el que tiene en sus manos el poder económico que es el mismo que tienen el poder político y el militar. Pudiera pensarse que el varón por oposición buscara en la hembra la debilidad para protegerla, y que siendo la hembra negra, por ser miembro de la raza vencida, más débil que la blanca, el hombre de la raza dominante la preferiría. Nada más alejado de la realidad. A pesar de ser cierta la oposición de gustos y pareceres entre el hombre y la mujer, en la vida civilizada intervienen una serie de factores que modifican sensiblemente estas verdades. Por una parte ya hemos visto hasta donde a calado a la sociedad la propaganda de la belleza blanca y hasta donde predomina en nuestros gustos el mencionado tipo racial, lo que hace que el varón de aquella raza no tenga a la negra por bella, sino como inferior como mujer a la suya. Por otra parte, los compromisos sociales y civiles obligan al varón blanco a no salirse de su raza a la hora de contraer matrimonio, y mucho menos cuando él sabe que le es fácil por “detrás de bastidores” satisfacer cualquier curiosidad racial sexual. Podemos añadir que el hombre busca en la mujer, entre otras cosas, el refinamiento, el perfume exquisito y costoso, el vestido elegante, etc., atributos de los que la mujer negra está privada, aumentando así la subestimación que de ella se hace. De modo que, salvo rarísimas excepciones, ella no logra ir más allá de ser una querida afortunada, una entretención del señor en el concepto que de ello se tiene en un harem. Unos y otras, hombre y mujeres negros, están ante una trágica realidad. Pero no podemos señalar un mal sin indicar a la vez el medicamento. Sólo organizándose los negros, con todas las implicaciones económicas, psicológicas y políticas que tal hecho acarrea, podrá inyectársele a la raza la sensación de fuerza, el orgullo de ser y la conciencia revolucionaria suficiente para rechazar las sugerencias nocivas del medio ambiente, ahora higienizado por la supresión de las fuentes productoras de prejuicio y discriminación raciales.
Por otra parte, si cierto es que cuando dos razas conviven y una es la titular de todos los bienes y la otra lo es de todas las miserias, forzosamente surgen fobias y prejuicios, no es menos cierto que cuando existe equilibrio en la posesión de los bienes materiales de la vida, surge, por irrefrenable ley de contrastes, la simpatía recíproca que culmina en congraciación sexual, produciéndose ahora a granel los matrimonios mixtos.
El negro será bello cuando sea fuerte.
PREGUNTAS Y RESPUESTAS
TAREA No. 1
Es más fácil aceptar que el negro está como está, porque es inferior, que indagar las causas de su estado.
preludios de libertad.
Ira. — ¿A qué se llama prejuicio racial?
Respuesta: Llámase prejuicio racial a la creencia absurda de que un hombre pueda ser superior o inferior a otro por motivo de la raza o del color de la piel.
2da. — ¿A qué se le llama discriminación racial?
Respuesta: Llámasele discriminación racial a cualquier ata­que motivado por la raza o el color de la piel.
3ra. — ¿Entre el prejuicio y la discriminación racial, quien antecede a quién?
Respuesta: El prejuicio antecede a la discriminación racial. En realidad la discriminación racial es el propio prejuicio así calificado en movimiento, traducido en acción.
4ta. — ¿A qué se le llama dolor común?
Respuesta: Llámasele dolor común a aquel que es sufrido por todos los hombres de una misma categoría, raza o proce­dencia.
5ta. —Es la discriminación racial un dolor común?
Respuesta: Sí. La discriminación racial es un dolor común porque la sufren todos los negros cubanos sin distinción ni acepción alguna.
6ta. — ¿A qué se le llama clase?
Respuesta: Llámasele clase al conjunto de hombres que por algún motivo sufren algún dolor común.
7ma. — ¿Constituyen los negros una clase en Cuba?
Respuesta: Sí. La constituyen porque todos sufren el dolor común de la discriminación racial.

8va. — ¿A qué se le llama problema clasista?
Respuesta: Llámasele problema clasista a cualquier impe­dimento que estorbe el desarrollo de una clase.
9na. — ¿A qué se le llama problema social?
Respuesta: Llámasele problema social a cualquier impedi­mento que estorbe el desarrollo de una sociedad.
10ma. — ¿Qué diferencia hay entre un problema social y un problema clasista?
Respuesta: La diferencia es que el problema social afecta de manera indeterminada a toda la sociedad, mientras que el problema clasista afecta directa y particularmente a una clase.

PROBLEMA:
Anselmo y Tomás son dos jóvenes negros que siempre están discutiendo sobre el complejo problema de la discriminación racial. En ésta oportunidad Anselmo afirma que tanto debe de interesarle al negro el aumento escandaloso en la corrup­ción de las costumbres como la propia discriminación racial. Tomás lo refuta diciéndole que lo primero es un problema de todos, mientras lo segundo es directa y ostensiblemente nues­tro problema. ¿Quién tiene la razón y por qué?
Respuesta: Tomás tiene la razón, porque el problema cla­sista debe interesar más a la clase afectada que el problema social.
PREGUNTAS Y RESPUESTAS
TABEA No. 2
Ira. — ¿Afecta o no afecta el problema clasista a la so­ciedad?
Respuesta: Sí, la afecta.
2da. — ¿Por qué y de qué forma afecta el problema clasista a la sociedad?
Respuesta: La sociedad es una especie de máquina o engra­naje y no es posible alterar una de sus piezas sin que esa al­teración repercuta en todas las demás. Ahora bien, el problema clasista solo le afecta de manera indirecta.
3ra. — ¿Hay alguna forma de convertir el problema clasista en social?
Respuesta: Sí, existe una única forma de convertirlo en so­cial, y es dándole fuerza tal a sus materiales por medio de la organización, que puedan en un momento dado, en la exigen­cia de sus demandas, afectar directamente a todo el orden social.
4ta. — ¿A qué se le llama fuerza social?
Respuesta: Llámasele fuerza social a la voluntad de una clase expresada por medio de una organización
5ta. — ¿A qué se llama masa amorfa?
Respuesta: Llámase masa amorfa a un grupo de hombres entre los cuales no existe jerarquía ni organización.
6ta. — ¿Puede una clase ser a la vez masa amorfa? Respuesta: Sí, si no está organizada.
7ma.----- Ha estado o está el negro en Cuba actualmente
organizado?
Respuesta: Jamás se ha organizado ni lo está ahora tam­poco.
8va. — ¿Qué hace falta para organizar a una clase?
Respuesta: Una doctrina popular, que se le haga propa­ganda adecuada y el organizador propiamente dicho.
9na. — ¿A qué se llama doctrina?
Respuesta: Llámase doctrina a toda fórmula que se pro­ponga liquidar un dolor clasista o social.
10ma. — ¿Cual fue, desde el punto de vista clasista, el más grave error de todos los líderes negros?
Respuesta: El no haber organizado clasistamente a los negros.
PROBLEMA:
Dice Anselmo que no se debe luchar como negro, sino como cubano, a lo que Tomás se opone alegando que el negro no su­fre por cubano sino por negro. ¿Quien tiene la razón y por qué?
Respuesta: Tomás tiene la razón, porque el problema cla­sista es uno distinto y específico en relación al problema na­cional.

PREGUNTAS Y RESPUESTAS
TAREA No. 3


Ira. — ¿Han constituido o constituyen actualmente una fuer­za social los negros? En cualquier caso decir por qué.
Respuesta: No han constituido jamás ni constituyen aún los negros una fuerza social en Cuba, porque no están organi­zados.
2da. —Atendiendo al modo de ser humano, poner en orden de preferencia las siguientes necesidades: De recrearse, de ha­bitar, de nutrirse, de dignificarse y de cubrirse:
Respuesta: De nutrirse, de cubrirse, de habitar, de recrearse y de dignificarse.
3ra. — ¿Qué requisitos ha de llenar una organización para ser el instrumento clasista de los negros?
Respuesta: 1. —Ha de tener una doctrina y un caudillo. La doctrina, para que sea eficaz, ha de ser deducida rigurosamen­te del dolor que apena al negro de donde ha de contener los elementos necesarios para satisfacer las más urgentes necesi­dades de aquél. De las características del caudillo no hay que hablar, por cuanto ellas no son productos de la voluntad sino de un inatismo rayano en lo divino.
2. —Ha de constituir la minoría consciente que por tal do­mine a la masa amorfa de la mayoría. Pero, como habremos notado, este requisito es una consecuencia del anterior.
4ta. — ¿Puede el negro, por medio de otra institución que no sea su organización clasista alcanzar la felicidad?
Respuesta: No puede alcanzar absolutamente nada, porque cualquier otra institución, ya sea política, religiosa, cívica, etc., tiene sus fines en sí misma, responde a un propósito central que la califica y al subordinar el problema negro a aquél, este sufre y se desfigura, hasta que llega un instante en que la con­tradicción se hace ostensible e insoslayable.
5ta. — ¿Puede un gobierno bien intencionado acabar con la discriminación racial?
Respuesta: Aún teniendo buena intención le será imposible. El gobierno no es más que el instrumento a través del cual la voluntad del Estado se expresa. Pero el Estado, y por ende el Gobierno, no pueden actuar disociados de la realidad nacional. Así, la política de cualquier gobierno como poder moderador entre las clases está condicionada por el mayor o menor poder de éstas, o lo que es lo mismo, por el mayor grado de orga­nización de aquéllas. Sentado ésto, es fuerza aceptar que nin­gún gobierno, sin poner en peligro inminente su propia existen­cia, puede entregarse a la ventura de apadrinar a una masa amorfa frente a los intereses de las clases altamente organi­zadas del país, y mucho menos cuando éstas clases representan la inmensa mayoría de la población dada. A éstos grandes in­convenientes podría sumarse el hecho histórico de que jamás una clase o un pueblo que sufra ha podido llegar a ser feliz de manera regalada, sino por medio de la lucha y el sacrificio. La felicidad regalada sólo consigue incapacitar al pueblo para que conquiste su verdadera felicidad.
6ta. —Y, ¿en los Estados Unidos el gobierno no apoya la masa amorfa de los negros frente a todas las otras clases?
Respuesta: Nada más absurdo. La discriminación brutal y extrema sostenida por una minoría organizada de los Estados del Sur no representa en modo alguno los intereses ni la opi­nión de la inmensa mayoría del pueblo americano. De la ac­ción fanática-asesina, solo respaldada en una época fenecida, a la discriminación propiamente dicha, limitada a no dar tra­bajo, a no alquilarle casa y a excluir de todos los puestos im­portantes al negro, hay una enorme diferencia.
Por otra parte, la significación internacional de Cuba no puede ni remotamente compararse con la de los Estados Uni­dos de América, los cuales se han visto obligados, para siquiera guardar las apariencias ante el mundo, a detener las activi­dades del Ku-Klux-Klan, acabando con los odiosos linchamien­tos y limitando los demás atropellos raciales. Y en esto está implicada la seguridad total de los propios Estados Unidos, cosa, desde luego, que no ocurre en Cuba.
7ma. — ¿Cómo puede resolverse el problema de una clase acorralada?
Respuesta: Organizándola.
9na. — ¿Decir si el problema negro es primeramente histó­rico, educacional, económico o jurídico?
Respuesta: Primeramente es histórico para ser inmediata­mente económico y educacional y jamás jurídico.

9na. —Si el problema negro es primeramente histórico, ¿ten­dremos que modificar la historia para resolverlo?
Respuesta: No, no es posible ni necesario modificar la his­toria para resolverlo, solo hay que modificar las consecuencias de la historia.
10ma. — ¿Qué mantiene vigente a un problema social: su historia o las consecuencias de su historia? Cualquiera que sea su respuesta, explíquese.
Respuesta: Las consecuencias de la historia son quienes mantienen vigente a un problema social cualquiera.
Según pensemos detenidamente nos daremos cuenta que si la historia no produjera consecuencias capaces de constituir­se en causas permanentemente renovadas de los problemas so­ciales, la misma no tendría más valor que el de una pieza de museo, incapaz de influir y menos de determinar tipos de conducta en la vida atemporal del hombre.
Pero es lo cierto, que los hechos históricos no son fenómenos aislados ni milagrosos, son resultantes y producto de toda una elaboración tan antigua como la aparición misma del hombre sobre la tierra, por lo que su nacimiento siempre es una con­secuencia y su muerte una causa, repitiéndose éste mecanismo casi con la monotonía de las ruedas de un tren en marcha por los siglos de los siglos, infinitamente.
PROBLEMA:
Dice Eugenio que la redención del negro tiene que ser obra del negro mismo. Arístides lo refuta alegando que solo un gobierno no-prejuicioso puede desde lo alto acabar con la discriminación racial. ¿Quién tiene la razón y por qué?
Respuesta: Eugenio tiene la razón, porque para que lleguea existir mi gobierno no-prejuicioso, previamente tiene el negro que haberse constituido en fuerza social y ya entonces nonecesita la acción sectaria de ningún gobierno.
EL NEGRO: CIUDADANO DEL FUTURO


Conferencia en la Universidad del Aire. Domingo 26 de Abril de 1959.
Por Juan Rene Betancourt, Delegado Interventor de la
Federación Nacional de Sociedades Negras de Cuba.


Cuando dos pueblos, diversos en la raza y en la cultura, se mueven dentro de un mismo escenario histórico, con una re­lación de amo a siervo, allí, en el lugar de ejemplo, habrá prejuicio y discriminación raciales. Limitando la historia al momento del arribo y a la calificación económico-político de los recién llegados, nos enfrentamos con la fuente primera del prejuicio. La disimilitud etnológica, lingüística y moral no forma parte esencial en la etiología del prejuicio racial, sino que constituye un factor de mera gravitación, sin tropismo ni luz propia que incline la balanza psicológica de las gentes en uno u otro sentido, según haya o no equilibrio en la posesión de los bienes materiales por parte de los pueblos disímiles, que concurren en un momento dado en un mismo escenario his­tórico.
Un hecho político como lo fue el de la esclavitud, engendró una disparidad económica, por la cual los descendientes de los esclavistas resultaron dueños de todas las riquezas que produjo el brazo del esclavo y, los descendientes de éste, sólo hereda­ron la desposesión más absoluta y la miseria más espantosa.
Y dicho ya, en brevísimas parrafadas, el origen del dolor sufrido y su naturaleza, debemos plantearnos inmediatamente su posible solución, el método a seguir o la doctrina a aplicar para librar al hombre negro de la irritante preterición conque ayer y hoy se le ofende y se maltrata.
Si observamos con detenimiento, llegaremos a la conclu­sión de que la fuente productora de prejuicio racial, en primera instancia se encuentra en la vida: la realidad objetiva de ser propiedad exclusiva de una raza todas las industrias y todos los comercios: los chalets y los edificios; los autos de lujo y cuantos instrumentos de propaganda existen: revistas, perió­dicos, radio y televisión, el cine sonoro, etc., lo cual determina el control de las altas magistraturas, de todos los honores y en general de toda la cultura; contrastando con la más completa desposesión de la otra, tiene que gravitar y efectivamente ha gravitado sobre las conciencias de las gente?, creando en las
víctimas el más irritante complejo de inferioridad y en los victimarios la absurda creencia en una superioridad racial.
Cuando el niño blanco y el niño negro salen a la vida y se encuentran, desde el momento preciso en que pueden dis­tinguir la diferenciación entre ellos y cuantos fuera de ellos existe; la oposición entre el bien y el mal; la distancia entre lo bello y lo feo, conque una es la raza dominadora y otra la do­minada: una la poderosa y otra la débil, el niño enclavado en el grupo de los que mandan se llenará de alegría, se sentirá feliz y contento de haber nacido y sin más ni más llegará a la conclusión que él pertenece al grupo mejor, al más digno y al más bello y qué aquellas otras criaturas son muy inferio­res. Por su parte el niño negro ante idéntica realidad, pero en­clavado en el núcleo infeliz, en el grupo que alguien denominó "la raza triste", se llenará de amargura o reventará de ira, según los casos, pero en el fondo de su alma nacerá la sospe­cha de que pertenece a los desheredados, a los parias, a los sin patria, y a los aborrecidos. Y esas dos creencias, igual­mente absurdas, la del niño blanco y la del niño negro, como un sedimento negativo que la sociedad inmisericorde deposi­tara en sus conciencias infantiles, va desarrollándose imper­ceptiblemente con el resto de la personalidad, y ya en la edad adulta se parapetará en el inconsciente activo, dictándole des­de allí, como un tirano, a la conciencia plena las más ilógicas a la vez que incomprensibles normas para la conducta.
El hombre, sin perjuicio de sus instintos y de la inteligen­cia en cuanto a la esencia de estos fenómenos, y de la predis­posición para reaccionar de una manera determinada frente a ciertos estímulos, en un mayoritario tanto por ciento de su personalidad es el producto del medio físico-social, de su his­toria y de la posición que ocupa en la escala económico-social.
Fuera de Dios, y al decir esto solo me refiero a la causa primera de todas las cosas, a la inabarcable inteligencia cós­mica, al Sabio Ordenador del Mundo que pudo darle al hombre el cuerpo y el alma, sólo el medio exterior de la naturaleza, las sugerencias objetivas que afectan a los sentidos pueden po­ner algo en la conciencia del hombre, modificándola y condi­cionándola de alguna manera.
Es por esto, que no podrá liquidarse el prejuicio racial ni la discriminación que le es consecuente, sin alterar el espec­táculo diario de la vida, sin modificar las fuentes materiales que producen el mal, que es la única forma en que puede cam­biarse la conciencia del individuo.
Mientras no logremos que en la realidad de la vida las in­dustrias, los comercios, los edificios y en general todo los bienes materiales de la existencia sean indistintamente pro­piedad de negros y de blancos; mientras que las altas magis­traturas y los honores no los ostenten indistintamente los ne­gros y los blancos, no habremos adelantado ni una sola pulgada en el camino de nuestra liberación definitiva.
Tócanos ahora hacernos una pregunta: ¿cómo podremos lo­grar ese equilibrio económico necesario? ¿cómo podremos lo­grar esa modificación del medio físico-social? Sólo hay un camino: organizándonos; convirtiéndonos en fuerza económico-social. La Nación es un ente unicomprensivo en cuyo seno los hombres se agrupan en estratos varios por algún motivo co­mún, generalmente de inconformidad y dolor. De esos estra­tos, solo los que se unen o se organizan, convirtiéndose en fuerza, son oídos y atendidos y llegan a adquirir ribetes his­tóricos.

Jamás una masa amorfa consigue redimirse; el oído del estado es amoral y cruel el procedimiento de la historia; si un pueblo o una raza confían su felicidad a la bondad de los demás; a la caridad cristiana o al favor de un gobierno amigo, acabarán por desaparecer, siendo borrados en definitiva del escenario histórico.
Es el negro mismo quien tiene que liberarse; de sus pro­pias entrañas ha de sacar las fuerzas necesarias para alcan­zar la felicidad. La libertad regalada solo consigue enervar la dignidad de las razas y embotar los sentidos del hombre: Un gobierno amigo puede darle cierta ayuda al negro alián­dole el camino para que llegue a la indispensable organiza­ción antidiscriminativa, que es quien único puede acabar con la discriminación racial, pero no podrá, gobernante alguno, desde arriba, por medio de leyes y decretos, liquidar un he­cho que tiene su raíz en la historia y en la economía, con las implicaciones psicológicas correspondientes, hasta el punto de haber cristalizado en normas de conducta y hábitos men­tales. No podrá, por sí solo y sin la correspondencia en fuerza social por parte de los favorecidos, ningún gobierno, por bien intencionado que esté, acabar de veras con el prejuicio y la discriminación racial, pues no solo será impotente frente a la practicada fuera de él, sino que aún dentro de su propio seno,(1) muy a pesar suyo, tendrá lugar la odiosa costumbre.
El ejemplo lo tenemos a la vista. Nadie que analice imparcialmente dudará de la buena fe de Fidel y de su mejor deseo
(1) Hoy por hoy el negro está más discriminado que nunca en las oficinas del Estado y en todas partes, hasta el punto que muchas industrias, con el pretexto de que eran mujalistas, han sido cesanteados por centenares y sustituidos por obreros blancos.
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en acabar la disociadora discriminación racial, que estorba la consolidación de nuestro pueblo y entorpece el desarrollo eco­nómico nacional al privar de poder adquisitivo a una porción considerable de la población. No obstante, a ningún observa­dor honesto se le escapará que el negro ha sido excluido, hoy más aún que en ocasiones anteriores de la administración pú­blica. Como el Dr. Fidel Castro no puede estar en todas par­tes, le sucede a él lo que desde que el mundo es mundo le ha sucedido siempre a los hombres de estado: que sus colabora­dores al no tener exactamente sus mismos sentimientos y sus mismas convicciones, tratan por todos los medios posibles de esquivar, de burlar y de desobedecer cuantas disposiciones les resulten chocantes o molestas. Y no hay que decir que la cues­tión racial, eso de hacerle justicia al negro, de sacarlo del opro­bio en que lo tienen sumido, le ha resultado chocante y mo­lesto a muchos, que da la casualidad que tienen poder para no emplearlos, aumentando así el hambre y la miseria en los cubanos de piel oscura. Nadie discute la insuficiencia de los puestos para acabar con la discriminación racial, pero a nadie tampoco se le ocurrirá decir que lo mismo da que el negro esté plazado como que esté desplazado. Inclusive para orga­nizarse y cotizar en su organización necesita estar trabajando y ganando siquiera un salario frugal. Si el gobierno, y más concretamente, el Dr. Fidel Castro, desean hacer algo por el negro, solo tienen que ajustarse a lo siguiente: Primero: no permitir que se discrimine en la administración pública. Se­gundo: Crear un buró de propaganda, dedicado a difundir los valores y méritos de la raza negra en Cuba. Tercero: no in­tentar de ninguna manera de imponer, a guisa de líderes sus amigos negros a la masa. Y cuarto: distinguir en todo momento la diferenciación existente entre las virtudes partidistas de un revolucionario y las virtudes clasistas de ese mismo hombre, pues, a veces nos encontramos en un mismo sujeto la siguiente contradicción: un excelente revolucionario a la vez que un pé­simo negro, pues en este último caso han sido apóstatas y trai­dores, a todas luces incapacitados para intervenir en los pro­blemas de la raza.
Muchos han querido, del día primero de enero para acá, fomentar organizaciones y movimientos tendientes a mejorar la situación del hombre negro, y es bueno aclarar, que tales esfuerzos, de seguro muy bienintencionados, no han logrado ni parece factible que lo logren, ir más allá de un reducido grupo en insalvable desacuerdo entre ellos mismos en cuanto a táctica y a doctrina se refiere.
Es fuerza aceptar que a pesar de las múltiples rectifica­ciones que necesitan las sociedades negras y su federación nacional, constituyen el único instrumento que cuenta con cua­dros de trabajo en todos y cada uno de los términos de la re­pública y con una hermosa tradición sustentadora: son el pro­ducto del esfuerzo honrado de una generación heroica que supo convertir la mocha de chapear en arma de libertad, situándose en los pinachos más elevados de la inmortalidad. Es cierto que las sociedades negras y la federación de todas ellas ado­lecen de ciertos defectos, pero tal aserto solo indica la nece­sidad de un retoque. Mucho han sido los difamadores y hasta calumniadores de las sociedades negras, todos ellos, desgracia­damente hombres de color, los cuales han llegado hasta pre­dicar la desaparición de las mismas, pero ninguno de ellos ha fundado nada mejor, ni igual siquiera a las mencionadas ins­tituciones.
Pensar que dos o tres ocurrentes, por muchos méritos re­volucionarios que tengan, los cuales jamás antes se preocu­paron por la cuestión racial, puedan de un día para otro crear un aparato que tenga siquiera la extensión nacional de las sociedades negras y su federación, es más que una simple ilu­sión, es un ridículo absurdo; alegar que por el hecho de haber estado en malas manos la federación nacional de sociedades negras debemos de destruirla, es una enormidad semejante a si se nos ocurriera pedir la destrucción de la república por ha­ber estado en las pésimas manos de Machado y de Batista.
El complejo de inferioridad se ha incrementado de tal ma­nera y la propaganda ruin y nociva ha realizado tan cumpli­damente su obra desmoralizadora, que la palabra negro ha llegado a ser un vocablo de mala eufonía, aún para aquellos que etnológica y objetivamente son sus sujetos naturales y obligados. Se han buscado eufemismos, disimulos y evasivas laterales para referirse al color prohibido por la sociedad y execrado por los dioses.
Pero a pesar de que al negro le llamen hombre de color o de cualquier otra ridícula manera; a pesar de que le llamen cubano, o de que se tienda cualquier otro tipo de cortina aérea y humosa, en la dura realidad de la vida; en la plena verdad de la naturaleza, el negro estará allí, negro y bien negro, una y mil veces, en la apariencia y en la significación enfática del vocablo, y es el mismo hombre de piel oscura el primero en ofenderse y azorarse cuando se le nombra descarnadamente por el color de su persona, sin caer en cuenta que tan indigna protesta lleva inevitablemente a la flaca conclusión de que el ser negro es algo malo, oprobioso o vilmente pecaminoso.
Orgulloso ha de sentirse el descendiente de africano de ser, pues sus antecesores no fueron rufianes, sino valientes guerreros sujetos a la más exigente moral tribal. Orgulloso ha de sentirse el descendiente de africano, pues en esta isla de lá­grimas y de amarguras, ni el látigo ni el boca-abajo enervaron su capacidad de amar, y la tierra regada con su sudor hon­rado la regó luego con su sangre generosa; y el cielo límpido y azul, tan ajeno a sus ayes y dolores en el insensible estetis­mo de su belleza, lo contempló: noble y bravo, en la montaña y en el llano; en el campo y en la ciudad; en la guerra y en la paz, defendiendo y amando a los hombres, que como dijera Martí, tenían el mismo color de sus tiranos ... a los mismos que en realidad habían sido sus tiranos.
Existe gran confusión con las palabras cubano y negro. Muchos son los que preguntan si debemos luchar como cuba­nos o como negros. En realidad, al negro no lo discriminan por cubano, sino por negro, y como tal ha de agruparse y luchar. No deja de ser cubano el negro que se une a sus hermanos, a los que sufren su mismo dolor, para alcanzar por la fuerza de la unión una vida mejor, como no dejan tampoco de ser cu­banos el guajiro, el obrero o el ganadero, que se agrupan para así mejor obtener dentro de la problemática cubana, una más completa realización clasista.
Cuando el negro no quiere ser negro ha renunciado al ho­nor; cuando no queremos que se hable de negros y de blancos, no queremos que se hable de Cuba, pues ésta está integrada por negros y por blancos; cuando nos negamos a organizamos clasistamente, nos ponemos deliberada o indeliberadamente en estado de completa indefensión, de penosa inutilidad; de abso­luta improductividad, flotando como una masa fofa y amorfa sobre la totalidad del cuerpo social, constituyendo una rémora insuperable y obstaculizadora del avance nacional.
Las sociedades negras de Cuba deben de apretar filas; in­terpretar fielmente los enigmáticos signos de los nuevos tiem­pos; adoptar una doctrina única para conseguir la indispensa­ble unidad de criterio; ir a la masa, a las entrañas de la raza, y extraer la ponzoña salvadora; nutrir sus filas por y con la doctrina, pues son la única maquinaria que tenemos; de ellas lo espera todo el futuro y lo exige todo el presente.
En nuestro país, el negro es el último individuo de la es­cala social. En primer término están situados los cubanos blan­cos; en segundo término los extranjeros de ese color; en ter­cer plano los chinos puesto que tienen economía, y en cuarto y último término los cubanos negros. No caben dudas que nunca hemos sido ni somos aún ciudadanos a plenitud. El hom­bre que con su trabajo creó toda la base de la riqueza nacio­nal en tres siglos de esclavitud y luego con su valor y su
brazo hizo posible el desarrollo de esa riqueza al librar a la isla del yugo metropolitano, hoy se le niega el derecho de ser feliz, especificándolo y maltratándolo de múltiples maneras.
Y tan dura realidad lo ha obligado a vivir a medias, casi en estado latente, desde el punto de vista de su capacidad hu­mana, circunstancias todas que muy a su pesar han convertido "a la raza triste" en una valiosa reserva nacional, que llegado el momento propicio se actualizará, revitalizando a la nación. Y es porque ese cubano de piel negra y cabellos ensortijados; de nariz ancha y labios gruesos, a quien habéis explotado y perseguido; a quien habéis negado; a quien no le queréis per­mitir que gane el pan para sus hijos; ni que alquile un techo para cobijarse, ni que se aculture para que mejor se defienda al superarse, está allí, con sus ojos redondos y sus pupilas par­das como un testigo viviente de vuestros errores en el pasado y como la reserva salvadora que comparecerá, con una son­risa africana en los labios de perdón y olvido, a constituir pa­ra vuestro bien y el de la patria toda, el verdadero CIUDADA­NO DEL FUTURO.