martes, 26 de junio de 2012

Privilegios





Por: Manuel Aguirre Lavarrere

(Mackandal)



Los privilegios que otorga el régimen a la elite militarista cubana, a espaldas de la voluntad popular y pasando por encima de todo tipo de consenso ciudadano, no buscan otra cosa que la compra de su fidelidad.

La fidelidad comprada no es el actuar sensato y consciente, que sería lo correcto. Dada la situación de penuria que atraviesa el país, los militares deberían estar dispuestos a renunciar a sus privilegios y a enfrentar las mismas calamidades que sufre la mayoría de la población a la que dicen defender. Pero lamentablemente no es así. Los cuerpos armados, lejos de velar por los intereses de la ciudadanía, son los fieles perritos de los dueños de una finca llamada Cuba.

Los treinta y cinco nuevos coroneles ascendidos personalmente por el presidente Raúl Castro, son la prueba palpable de lo que en este artículo se asevera.

Juraron serles fiel a él y al Partido. No les importa el pueblo ni el destino del país ni la democracia. Les son fieles sólo a él y al partido, es decir, uña y mugre de la desvergüenza.

Este país merece mejor destino y líderes bien comprometidos con el honor que dan la libertad y la pluralidad política.

Se asiste a regañadientes a una manipulación de los valores patrios y de la patria misma cuando solamente unos cuantos son los privilegiados por los que le han arrebatado al país hasta su sentido histórico.

Un ejército desproporcionadamente grande está dispuesto a reprimir, encarcelar y matar por una ciega fidelidad que muchas veces se revierte contra ellos mismos.

Estos privilegios otorgados por el régimen han traído la creación de una nueva clase que restriñe los beneficios al pueblo y lo explota hasta en el abono de la cuota sindical, la cual en reiteradas ocasiones va a parar a las arcas militares. Sucede también con el salario y las remesas. En las tiendas en divisa, que son propiedad de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), la constante alteración de los precios, el atropello al cliente y el autoritarismo amenazante, conforman el amargo día a día.

Los llamados “confiables” son militantes del Partido Comunista y llevan un uniforme que los protege de toda sospecha, así como a sus hijos o familiares, implicados más de una vez en escándalos de corrupción. Sin generar ganancia alguna, se lo llevan todo y son verdaderos inútiles y parásitos enclavados en el corazón de la Patria.

Es precisamente por estos privilegios por lo que una buena parte de la población le hace rechazo, tanto a los policías como a los militares.

Cuestionar sin tapujo esta nueva tendencia clasista, insaciable y racista, de los que más gritan y hasta parece que se comen a la revolución, con todo y banderita, es necesario.

La experiencia de eventos ocurridos en sociedades similares después del colapso del comunismo nos dice que al ostentar poder, son los que después devienen dueños de corporaciones y bienes públicos, formando un regio grupo de presión, que continuarán su enriquecimiento personal a costa del sacrificio colectivo.

Sin fuerza de razón pero sí con la razón de la fuerza y el dinero en el bolsillo, se erigen dueños de la patria y del destino de cada ciudadano.

Quienes dan tales privilegios, no otorgados nunca antes por ningún otro gobierno, ¿tienen moral para criticar a alguien?

Publicado por Primavera Digital, junio 14 de 2012.

www.primaveradigital.org



martes, 12 de junio de 2012

La constante deshonra,


Manuel Aguirre Lavarrere

(Mackandal

He aquí las fuerzas que nos hacen vivir: la dignidad, la libertad y el valor.

José Martí

Confieso que si algo me causa dolor es sentir mi impotencia como ciudadano de raza negra cada vez que veo la estatua de José Miguel Gómez, ubicada en El Vedado.

La estatua está justo en la Avenida de los Presidentes, vía con un flujo permanente de ciudadanos y hermanos de lucha. De cierta manera, comparto la opinión de los que creen ver en ella un insulto a los negros y mulatos cubanos, porque José Miguel Gómez, como presidente, fue el principal causante de la masacre racista ocurrida en 1912.

Hasta ahí los acompaño. Pero exigir la demolición de dicha imagen, va contra la verdad histórica, y crearía un precedente negativo para la nación y para los que aspiramos a vivir algún día en una Cuba con libertad y democracia.

No se puede nadar contra la corriente. José Miguel Gómez, quiérase o no, fue el segundo presidente de Cuba. Fungió como tal de 1909 a 1913, inmediatamente después de la intervención de Estados Unidos, amparados por la Enmienda Platt, tras los disturbios provocados por la reelección fraudulenta de Estrada Palma, período en el que se desempeñó, de 1906 a 1909, como gobernador militar, Charles Magoon.

Desmontar la estatua de José Miguel Gómez sería como borrarlo de los anales de la historia. Se le estaría haciendo el juego a lo mismo que hace el régimen cubano cuando un deportista o artista de cierta relevancia popular, decide cambiar el rumbo y abandona el país: son borrados de todas las listas, sacados de la radio y la televisión, convertidos en no personas, como si nunca hubiesen existido.

Entonces, ¿a qué se juega? Creo que la oportunidad no puede ser más propicia, para saber, si aún alguien no lo sabe, de qué están hechos nuestros dirigentes y el grado de responsabilidad que tienen para la permanencia del racismo y la exclusión de los negros y mestizos.

La estatua está donde debe estar, como también está la de José Francisco Martí, el hijo del Apóstol, que fue el segundo al mando del general Monteagudo en la masacre racista de 1912, y que a todo bombo y platillo inauguró el historiador de la ciudad, Eusebio Leal, en el Centro de Estudios Martianos, pero sin llegar a decir, que sin lugar a dudas, también arrancó cabezas de negros y mestizos.

La perspectiva histórica que ofrece el régimen respecto a los negros y mestizos en Cuba, está tergiversada con el objetivo de sembrar en este segmento poblacional el odio sobre el pasado, la duda y el miedo terrible a lo que les pueda pasar de llegar a desaparecer el actual sistema.

Se puede criticar, y emplazar la conducta impropia que tuvieron tanto José Miguel Gómez como José Francisco Martí, pero nunca negar su existencia. Quedaría inconclusa la historia de la nación si no fueran incluidos, aún cuando nos duela y la entendamos injusta.

No obstante, mantener la estatua de José Miguel Gómez, con lo cual estoy muy de acuerdo, así como la de José Francisco Martí, y no levantar

unas cuantas estatuas de hombres y mujeres de piel negra, que con sobrados méritos deben ser sacados de la injuria histórica, pone sobre el tapete lo que este régimen, como los anteriores, han negado siempre: su naturaleza racista y el compromiso clasista de que los negros y los mestizos cubanos se mantengan en el fondo.

Son símbolos constantes de la desfachatez y el miedo al negro, que no precisamente es quien debe abochornarse, pues hay condecoraciones que deben causar vergüenza, tanto para quien la lleva, como para quien las entrega.















Foto: Manuel Aguirre Lavarrere

Monumento a José Miguel Gómez

Publicado por Primavera Digital, 2012/05/24

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