Manuel
Aguirre Labarrere
(Mackandal)
No
ha faltado una Constitución en Cuba que no haya hecho alusión al
problema discriminatorio en Cuba, todo lo cual demuestra una
preocupación en aras de alcanzar una igualdad que no esté signada
por las diferencias. Pero sin embargo, todo proyecto que se ha
propuesto zanjar esta problemática, se ha visto mutilado por
disímiles causas, tanto políticas como sociales.
La
discriminación racial es un fenómeno que se ha arrastrado en Cuba
hasta los tiempos actuales. No hace honor al anhelo martiano de una
patria “con todos y para el bien de todos”, ni a su concepto
plural de la igualdad, en aras de alcanzar, como el mismo dijera en
carta a su fiel amigo Juan Gualberto Gómez, “toda
la justicia”.
La
revolución castrista heredó males y prejuicios que trató de
resolver a conveniencia de sus políticas y en detrimento de la
verdadera voluntad ciudadana.
Así,
se anuló la Constitución de 1940, con la cual debía regirse la
nación. Vino aquello de “¿elecciones
para qué?”,
y se vivió de espaldas a todo proyecto de Carta Magna y a expensas
de los deseos de Fidel Castro.
La
persistencia del racismo en Cuba es fruto también de estas amañadas
decisiones, que colapsaron toda esperanza de una patria diferente,
apegada a la idiosincrasia del cubano y a sus conceptos de lo
nacional.
Ya
no se le podía echar la culpa del fracaso integracionista cubano a
los Estados Unidos, pero la cantaleta se amplificó hasta nuestros
días. Involucran ahora a los antirracistas independientes,
tildándolos de “mercenarios” y construyendo fábulas de riñas
entre grupos luchadores contra el racismo y la discriminación. Toda
una falacia para calar en el subconsciente de la ciudadanía, siempre
con propósitos malsanos y cobardes.
Los
desequilibrios sociales internos de la sociedad cubana a partir de la
revolución castrista, sus modos de contención y la nula
transparencia de los señalamientos de las causas de los errores,
ayudaron a no visualizar el racismo existente.
En
el año 2007, cifras oficiales indicaban que el mayor por ciento de
presos en Cuba, eran blancos. Pero sin embargo, los negros y mulatos
llevaban el mayor peso condenatorio por delitos iguales o similares a
los cometidos por blancos, lo que demuestra que el racismo contra
este grupo étnico, está ejercido tanto por las esferas particulares
como en aquellas oficiales.
En
los tribunales, negros y mulatos son juzgados en su gran mayoría por
jueces y fiscales blancos. Muchos de ellos están educados bajo una
tradición racista y segregacionista que comienza en el hogar y tiene
reafirmaciones en las aulas, donde muchos maestros prejuiciosos no
valorizan igual a los alumnos, porque en sus genes sigue como premisa
la diferenciación por el color de la piel.
El
papel del Estado sigue los mismos patrones tradicionales que se
acomodan de forma palpable en la implementación de medidas y la
elección de miembros en las políticas públicas. Todo esto
contribuye al deterioro psíquico del hombre negro, a quien el
bienestar le resulta inalcanzable.
En
Cuba, el racismo cuenta con la anuencia del Estado, que es su emisor
fundamental.
Para
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