Por: Manuel Aguirre
Labarrere
(Mackandal)
Los
cambios no importa cuáles sean sus objetivos siempre provocan traumas y
resquemores. El tema del negro y su plena inclusión en la sociedad cubana,
provocó en un principio esos efectos,
tanto con el sistema actual como en los distintos procesos de inclusión social
que lo antecedieron.
Siempre
hay una cúpula inflexible y reacia a todo lo que no considere de su entorno, un rechazo hacia lo social y
culturalmente diferente.
En
Cuba no ha sido distinto. Los cambios que se avecinan y los que se han dado,
ameritan de una urgente revisión que sea equivalente a los pasos anunciados por
el oficialismo, tanto en materia económica como en las demás ramas involucradas
en esta nueva mentalidad de hacer política sin llegar al fondo, con lo que no se logra la voluntad del
bien para todos y sí excluye a la gran mayoría.
Los
aborigenistas que durante el periodo colonial abogaron por el fin de la
esclavitud y la inmensa mayoría de cubanos herederos de esa propia mentalidad,
suponen que los negros, aunque hombres y hermanos, continúan clasificados como
hombres y hermanos inferiores, por lo
que su cultura, aunque inmersa en la macrocultura nacional, es más dada a la barbarie
que a la civilización. Esa mentalidad poco cambia de generación en generación.
Según los aires que corran, tendrán un
mayor o menor efecto en las tomas de decisiones del poder político.
En
Cuba, en el momento actual, el saldo de
inclusión social es desde los puntos de vista del color, visiblemente negativo.
Programa
como la Mesa Redonda de la televisión
cubana, la voz del oficialismo, pintan una
Cuba idílica. En los últimos tiempos ha
dado todo un compendio de razonamientos más o menos aceptados, pero no siempre convincentes en cuanto a
marginalidad y racismo en la sociedad cubana. Eso demuestra que la persistencia
del racismo en Cuba, cuyo origen exógeno es un fenómeno plural.
La
democracia no admite soberbias raciales ni hegemonías. Son los grupos de poder
los que marcan las diferencias entre las personas. Es la ideología racista la que lanza las coordenadas y tira
del cordón para marcar las pautas de su propia mentalidad conveniente, siempre,
al beneficio de una ínfima minoría.
En
la Cuba actual esta ínfima minoría está
constituida por la cúpula gobernante y el alto mando militar. El sistema dictatorial y militarista debe mantener satisfecho
a su fuerza bruta, racista, engreída y
poco dada a la solidaridad de su pueblo.
Este
distanciamiento de la realidad, más la poca voluntad de resolver los problemas sociales han agudizado las diferencias tanto de género
como de raza, porque la mujer negra, aunque muchas veces no se asuma como
discriminada, es también victima de ese racismo exógeno que vive a diario la
sociedad cubana.
Necesario
sería la tolerancia a las manifestaciones pacíficas en favor de un equilibrio
entre los distintos grupos que cohabitan en la sociedad cubana. Necesario que
el régimen permita y legalice a los movimientos de lucha contra el racismo, y
que acepte la creación visible y realista de una junta cívica independiente donde se puedan
generar ideas que sean aceptadas de forma obligatoria en el parlamento cubano,
para una inmediata puesta en marcha con resultados positivos.
Entonces,
no habría duda de que se lucha por el
bien de todos, y que al menos un fragmento del ideario de José Martí ha calado en la conciencia de
los políticos cubanos.
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