jueves, 14 de julio de 2011

De los miedos concéntricos.

Manuel Aguirre Lavarrere
(Mackandal)
De las revoluciones que en el mundo han sido, ninguna ha proliferado a favor de las clases desfavorecidas a pesar que han sido por ellas las causas que han llevado a tales contiendas. En América Latina, incluyendo la de Bolívar[1], que dicho sea de paso tuvo una hija mestiza con una esclava a la que reconoció siete años después, han sido todo un fracaso social y un alto precio político para los pueblos de la América de José Martí.
Lo cierto es que la que más cerca estuvo de bombear los tan ansiados beneficios para el pueblo, fue la cubana. Y digo fue, usando el vocablo en pasado porque realmente pasado es la oportunidad que tuvo la revolución para llevar a cabo una autentica y democrática reforma social en la Isla.
Con todo a su favor y un alto grado de simpatizantes en el mundo, pues era la primera en enfrentarse a cara descubierta a la potencia más temida y envidiada del mundo por su desarrollo y sus ganas de crecer, trajo a fin de cuentas el marginalismo e impulsó una discriminación política y racial que deja sin parangón a los otros anteriores gobiernos que ha tenido la nación cubana, a pesar de reconocerse sus avances en materia de salud y educación, y esto para llevarlos bien, donde ninguno de los anteriores avanzó tanto como la llevada a cabo por los gestores de la contienda bélica de 1959.
Pero, ¿dónde quedan los derechos humanos?
En un pueblo cuya cultura totalitaria le inculcó el odio al otro, incluso dentro de las mismas familias por conceptos de disparidad política, donde el rompimiento familiar se cuenta por millones, visible en el éxodo de cubanos que abandonan el país, y donde no pocas madres se convierten en uno y trino para poder ver a sus hijos, dispersos muchas veces en más de un país, ¿dónde quedan los derechos humanos­?
Pero aquí no queda el fenómeno de desarraigo patrio. El insilio abarca a buena parte de la población mayoritariamente negra y mestiza, que ha decidido colgar los guantes y no hacerle más el juego a la dictadura. Esta población ha perdido la esperanza y las ganas de vivir son pura quimera en la gran mayoría de los jóvenes de esta raza, donde el presente no les brinda otra cosa que vagancia y jineterismo[2] masculino, con un futuro de obediencia y encarcelamiento. Ahí están las antiguas escuelas en el campo convertidas en prisiones. Aumenta la represión y la resistencia a no dejarse reprimir por un régimen que no admite libertad ciudadana ni política.
Hay una cultura del miedo y un recogimiento a la verdad. Hay un miedo que fluye y una voluntad que lucha por imponer sus verdades, aunque la hora y el ahora del infeccioso polo oficialista, demoren algo más que lo previsto.

[1] En 1829, en la hacienda Mulaló, cerca de Cali, Bolívar reconoce y bautiza a su hija mulata de siete años de edad, María Josefa, fruto de sus amores con la esclava Ana Cleofé Cuero, con la que mantuvo relaciones amorosas en 1821.
[2] Nombre que se le da a los que se dedican a ejercer la prostitución, ya sea femenina o masculina. En Cuba, debido a la falta de oportunidades reales para la población negra y mestiza, existe un por ciento considerable de jóvenes dedicados a ejercer esta práctica.

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