Por: Manuel
Aguirre Lavarrere
(Mackandal)
Una Cuba que no es blanca,
ni negra, ni mulata, sino mestiza, fue el tema debatido en el programa
televisivo Mesa Redonda del pasado miércoles nueve de octubre, la víspera del
día que se considera como el del inicio de las guerras por la independencia.
El 10 de octubre de 1868, Carlos Manuel de Céspedes, en el ingenio
Demajagua-que fue su verdadero nombre- dio la libertad a sus esclavos y
los convocó a la lucha por la Patria.
El protagonizado por Céspedes fue sin dudas un hecho memorable,
aun cuando haya sido iniciado por uno de los más entusiastas anexionistas
cubanos.
Los españoles llegados a Cuba durante la conquista y explotación
ya hacía varios siglos que estaban mezclados a través de sucesivas generaciones
con moriscos, árabes y otras etnias llegadas a la Península Ibérica, entre las
que no faltó el componente negro, debido a la cercanía con África.
En 1492 arribó a las costas americanas el negro libre Pietro
Alonso, timonel de La Niña, uno de los barcos de la expedición de Cristóbal
Colón, hecho que atestigua la presencia de negros en la Península Ibérica
muchos años antes de que por medio del trasplante forzoso como esclavos
llegaran masivamente al continente americano.
En América se mezclaron españoles, indios y africanos. Tanto
negros bozales como ladinos participaron en este proceso de retroalimentación
racial.
México fue una de las colonias donde más mestizaje hubo. Sólo en
un periodo de treinta años (1760-1790), la unión libre de negros con indias y
mulatas, y de españoles con indias, mulatas y negras, fue tan intensa que dio
lugar a lo que hoy se conoce como “pintura de castas” o “pintura
demestizos”.
En Cuba, ilustrados supuestamente partidarios de las libertades,
como José Antonio Saco, abogaron por una inmigración blanca con el propósito de
blanquear la población y hacer desaparecer al negro.
Se pensó una Cuba para blancos. El negro no servía más que para el
trabajo, era un bien que se podía vender o desechar al antojo de la clase dominante.
Vivir en la creencia de que bajo el régimen socialista no hay
discriminación racial es tan deprimente como aceptar que la parálisis
integracionista en Cuba se debe a los conflictos políticos con los Estados
Unidos.
Si en coyunturas totalmente iguales se logró avanzar en las
diferencias de género, ¿por qué no en las diferencias por el color de la piel?
El mestizaje constante que ha tenido lugar desde siempre en Cuba
lo atestigua la gama de colores de su población. Pero de la discriminación contra
negros y mulatos, hablan las políticas que históricamente los han marginado y
excluido. Políticas que tanto ayer como hoy obstaculizan el ascenso social de
este grupo étnico.
Sólo en democracia, con equidad y derechos, se podrán implementar
las medidas necesarias para la definitiva eliminación de la discriminación racial.
Bajo el régimen actual es imposible, no porque no pueda, sino porque no quiere.
Advertía Gastón Baquero: “Si los cubanos queremos reconstruir la
nación, tenemos que comenzar por reconstruir interiormente, dentro de cada uno
de nosotros la integridad psicológica, étnica, histórica, cultural, compuesta
por las razas que enraizaron en la Isla y por la gente de todo origen que
quisieron construir, a través de los siglos, el hermoso edificio de una Patria
libre, justa y feliz, una Patria de todos.”
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