miércoles, 24 de diciembre de 2008

JOSÈ ANTONIO APONTE

POR: JUAN RENÈ BETANCOURT
TEMA # 4

Tócanos hoy tratar, por primera vez a lo largo de estas páginas, en concreto y detenidamente, de un personaje histórico. Nuestra resistencia hasta aquí a personalizar se ha debido a dos razones: al carácter doctrinario de nuestro trabajo y a la alarmante escasez en cuanto a doctrina negra se refiere y a verdaderos apóstoles de esa causa, héroes y mártires en el santo ideal clasista de la raza.
La historia de nuestro país abunda en negros insignes en la guerra, en las artes, en la ciencia, en la política, etc., pero sorprendentemente escasea en leaders de los negro, en ideólogos y realizadores del ideal del cimarrón o del apalencado, del esclavo hecho mambí o del negro discriminado de la post-guerra. Antonio Maceo, que es el más sobresaliente de los negros célebres, no alcanzó su celebridad luchando directamente por su raza, sino por la República; y a pesar de que jamás se convirtió en renegado étnico, sino que por el contrario defendió cada vez que tuvo ocasión el punto y expresó estar orgulloso de su realidad racial, no llegó ni remotamente a ser un líder de su raza en pos de la felicidad. Mucho más se acerca a ésto Juan Gualberto Gómez[1], ocupando el más alto sitial, esa figura extraordinaria, tan grande como desconocida, que se llamó José Antonio Aponte.
La justicia histórica no es absoluta y mucho menos ciega, sino relativa y como Argos con cien ojos avisores. Al fracasado se le hace poca justicia y si para peor suerte fue el líder de los que vencidos han arribado a la posteridad, su nombre generalmente se encarnece y es usado como sinónimo de bajas y ridículas pretensiones.

Y esto se explica. Si los oprimidos de hoy con la correspondiente secuela a los actuales opresores, no es posible que se expresen con objetividad histórica los hechos que ayer, hoy y mañana ponen en peligro su predominio y sus privilegios, y menos al genio que coordinó los elementos dispersos convirtiéndolos en fuerza enemiga. Pero hay más. La pusilanimidad, los apetitos elementales y la inconsciencia, que como un polo del mal se levantan en la psiquis humana frente a las más encomiables virtudes del hombre, hacen posible que los mismos vencidos, la clase misma por la que se luchó y murió, reniegue también de su líder, y destierre su nombre de su vocabulario, y sólo para escupirlo y encarnecerlo se refieren a él. No es tanto la incomprensión del mártir como el temor de morir por él y como él lo que aleja a la clase ingrata de la tumba venerable.
José Antonio Aponte es un hombre y un mártir negado y olvidado. En una época en que estaba funcionando plenamente la esclavitud, él era libre, y su trabajo como carpintero le permitía vivir relativamente con bienestar material. Estas circunstancias actúan generalmente de manera negativa sobre el individuo miembro de una raza preterida,, alejándolo de los que sufren, rehuyendo las soluciones riesgosas, tratando de pasarse a los vencedores al estilo de nuestros actuales integracionistas, dándole un enfoque vago a la cuestión, pálido y cobarde, que le permita “ ir tratando” en el orden establecido por los amos. Y es allí una de las principales aristas de este gran carácter: él mismo no era un esclavo. No sucedió que entre los adoloridos surgiera uno, con mayor lucidez que los otros, que señalara a los demás el camino de la redención, sino que las espaldas físicamente sanas pusiéronse moralmente en “ carne viva” y no fue preciso la materialidad del azote para irritar aquel hipersensible a la vez que valeroso corazón.
Fue fuerte por cuanto se conquisto así mismo, pues el negro Aponte tuvo que vencer esa tendencia de la criatura humana en todo régimen de injusticia social, a conformarse en no estar enclavado en el ultimo sitio de la escala, con tener a alguien debajo a poder vejar y humillar.
El humillado se consuela humillando, el discriminado discriminando, y por ese camino sancionan y consolidan la artificial desigualdad de que son víctimas. Y cuando en medio de tanta miseria, de tanta flaqueza y de tanta irracionalidad humanas, se levantan ciertos hombres como verdaderas estrellas orientadoras en la noche tempestuosa de la indignidad y del oprobio, en la ceremonia despreciable de los apetitos triunfantes, la historia recoge entonces sus nombres con avidez y los conserva con cuidado, como para que tengan un por qué las futuras generaciones mantener la fe y la confianza en el genero humano y en su destino. Y José Antonio Aponte fue uno de esos hombres.
Desde el punto de vista clasista, la revolución que él concibió y preparó ha sido la más grande hasta el presente que haya podido concebir y preparar su clase, pues aquella era una revolución integral, que se proponía la total adquisición del poder con la inevitable implantación de un nuevo orden. Se trataba pues de la sustitución de una clase por otra en la detectación del poder político, con los cambios sustantivos que las circunstancias atinentes imponían. Y a la grandeza de la aspiración correspondió una singar generalidad en la concepción del plan que habría de hacerla realidad y en la creación del instrumento con todos sus engranajes del cual el plan habrá de valerse.
Aquí se unen en la misma persona el conspirador con el organizador. Pero esto no fue todo. La propaganda, limitada a preventivos, pasquines y manifiestos, era de tal naturaleza que producía el efecto deseado, habiendo logrado para la causa revolucionaria no sólo a los esclavos urbanos y rurales, no sólo a los representantes antagónicos de distintos pueblos africanos, sino también a los mestizos y libertos.
Esto implica una fina penetración psicológica y una gran capacidad política, propia y exclusiva de los ideólogos insignes y de los agitadores profesionales. Tan diversas y extraordinarias virtudes, aplicadas al santo ideal de la liberación de su gente, lo sitúa como hemos dicho, en el más alto sitial de los defensores de la raza. Pues al que podemos llamar su continuador, Evaristo Estenoz, no puede parangonársele, como en su oportunidad veremos, pues constreñido por las circunstancias en que actuó, sus aspiraciones eran mucho más limitadas y los medios de que trató de valerse mucho menos enérgicos y eficaces.
El hecho de ser el negro en la época en que vivió Aponte la mayoría del pueblo cubano a la vez que la clase más popular, la única que por no tener ningún privilegio estaba en contra de todos los privilegios, hace que su labor histórica, rebasando las lindes del interés clasista, trascienda al propósito independentista y lo sitúa en el plano de verdadero primer mártir de nuestras libertades patria.
No se debió a su impericia o falta de discreción el aborto y fracaso de su sesudo plan. Un hecho fortuito es por desgracia quien lo liquida. Y el hombre que ya había entregado a su causa su inteligencia, sus energías y su corazón, ahora generoso le entrega también su vida y su sangre.
Y el Marqués de Someruelos, a la sazón Capitán General de la Isla, quiere que en Aponte escarmienten todos los negros, y manda a preparar un poste de dos metros de altura y allí en lo que hoy constituye la esquina de Reina y Belascoaín, ordena plantarlo, disponiendo que la parte superior penda por varios días la noble cabeza del gran hombre. Y tuvo éxito el Marques de Someruelos, pues el miedo se hizo endémico en el negro, dando lugar a posturas falsas y flojas como la del señor Martín Morúa Delgado y la de nuestros actuales integracionistas. Pero Aponte, allá en la soledad de su tumba centenaria sabe, que en lo más recóndito del corazón de todo negro no prostituido, tiene un altar y un fiel devoto inquiriendo de él el camino de la redención verdadera.




[1] Aunque don Juan Gualberto Gómez tuvo ocasiones en que planteó la existencia de derechos específicos a plantear por parte de los negros, no puso jamás tal cosa en obra.

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